4/04/2009

LA 51 ENTREGA DEL ARIEL


¡QUÉ PACHANGA!
¡TAN SIQUIERA SALGAN AL CAMINO REAL!
Ya es un lugar común para la crónica periodística el afirmar que para el cine mexicano “cuando hay pa’carne es vigilia”, refiriéndose a que cuando hay una oportunidad de engrandecer al séptimo arte nacional, ponderar a la industria o recuperar un ínfimo grado del glamour de la “mal llamada época de oro del cine mexicano” siempre existe alguien, solito o en complicidad con el grupo con el que habitualmente practica el muy nacional deporte de la grilla, que se encarga de bastardear la ilusión del buen momento y el progreso y nos catapulta a la otra permanente metáfora de la “cubeta de los cangrejos”. A la contumaz mediocridad que acompaña a las entregas de premios en México, descartando a esos vivales cínicos que se dedican sin ninguna calidad moral a “reconocer a los artistas”, debemos ahora sumarle, como siempre, la eterna descalificación del colega, la clásica: “puñalada trapera”, que se ha expresado al más alto nivel en la reciente entrega del máximo galardón que se otorga al cine mexicano, “EL ARIEL”. En la historia de la entrega de este reconocimeinto, han habido premiaciones interrumpidas por años a causa de la total ausencia de cintas de calidad, se resume el descrédito de una estatuilla que, obtuso remedo del Oscar, una vez que es recibida por una película o un realizador nada cambia en su trayectoria. Es por eso que resulta confuso, aunque explicable y vergonzosa la rebatinga, el jaloneo y la pachanga que presenciamos el pasado martes 31 de marzo en el Auditorio Nacional. Todos sabíamos que los ánimos estaban caldeados, desde que se anunciaron las sobadas nominaciones el pasado viernes 27 de febrero y descartaron a “Arráncame la Vida” y a “Rudo y Cursi”, las cintas más taquilleras del año de las categorías de “Mejor Película”, “Mejor Actor” y “Mejor Actriz” se destaparon las contradicciones que gobiernan a la rimbombante, ridícula y conservadora “Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas”. Por regla general descartan las películas producidas por la iniciativa privada, ya que hasta años muy recientes eran unas verdaderas bazofias, que encontraron su “nicho de mercado” en la industria del video que consumen nuestros paisanos los mojados en un arranque de nostalgia y de ignorancia, pero esta año, ese natural descarte se convirtió en el motivo del escándalo. Si bien “Arráncame la Vida” y “Rudo y Cursi” fueron producidas con capital privado, todos los que participaron en sus procesos de producción son rostros altamente reconocidos en la industria y las cintas, aunque muy comerciales, no carecen de atributos fílmicos. Quizá por ello fue más ostentosa la descalificación. La de Daniel Giménez Cacho, la más polemizada. La lógica absurda que privilegió la Academia “la pinta de cuerpo entero”, aunque Pedro Armendáriz Jr. el presidente en turno, es el que da la cara, la “mano que mece la cuna” es la anquilosada y mezquina nomenclatura, de 55 miembros honorarios y 25 activos, a la que sin duda le vienen muy holgados el mes de ácidas declaraciones y lo que pasó en el Auditorio. Impensable que dos obras cinematográficas taquilleras aspiren también a convertirse, ni siquiera con la distinción de la nominación, en “las mejores”. Ese lugar está reservado para cintas de carácter reflexivo, producidas bajo el auspicio de la grilla y del contubernio salaz y que cumplan con la infaltable regla: “El 80% de las películas mexicanas no recuperan su inversión”. A nadie de los involucrados en ésta controversia le alcanza la cabeza para deducir que las premiaciones son una invaluable oportunidad de promoción y mercadotecnia, término que espanta a los más inflexibles y dinosaúricos socialistas anquilosados, la tan maquiavélica nomenclatura, pero es una concepto en el que descansa la salud fianciera del cine actual sin menoscabo de las partes artística y creativa. Además es mejor para regresar a más público mexicano a las salas dar una imágen de unidad que desgarrarse las vestiduras en público. La necia actitud de descalificar a las obras cinematográficas con éxito económico echa por tierra, desmadra para ser más exactos, aquella propuesta que reviviría a la industria y la destetaría de los exangües presupuestos del Estado: “que la Iniciativa Privada se arriesgue invirtiendo para darle vida al cine nacional, como antes”. En este contexto resultan altaneras y provocativas las palabras de Pedro Armendáriz Jr. en su discurso inaugural, “La Academia es democrática y está pa´lo que se les ofrezca” y cobra coherencia el contenido de la carta leída, para sorpresa de todos por el despreciado Giménez Cacho, que al anunciar junto con Irene Azuela el Ariel a “Mejor Actor”: “El proceso de selección de los ganadores al Ariel debe adecuarse a los tiempos que actualmente vive el cine mexicano”. Salud y Revolución Social