10/04/2010

EL INFIERNO DE TODOS TAN FALLIDO


El asesinato de 72 indocumentados en un rancho en el estado mexicano de Tamaulipas ajusticiados a sangre fría y a mansalva y la detención de “La Barbie” y sus escalofriantes revelaciones, hace palidecer el anunciado y nunca hecho efectivo impacto de la película “El Infierno”, la chunga paródica y panfletaria filmada desde su corazón lopezobradorista por Luis “El Perrito” Estrada.

Famoso por ser el primer realizador que se atrevió a poner en una cinta el logotipo y las siglas del PRI para parodiar la época alemanista que sustentaba la barata y abusiva ideología del que “no tranza no avanza”, en “La Ley de Herodes”, ahora se lanza a la aventura, más que certeza, de retratar la guerra contra el narcotráfico que el Estado sostiene en el Norte de la República Mexicana contra los cárteles de la droga. En el grado máximo de imprecisión analítica y de enfoque, “El Infierno” se solaza en sostener que todo el asunto se reduce a una mera guerra de sicarios en la que el Estado es un mero espectador. Mito muy difundido en la descreída clase media urbana.

Es tanto como pensar que la prensa mexicana toda, oligofrénicos que somos y sin convicciones, nos vendimos al gran capital y participamos en el “complot” que impidió llegar a la presidencia a AMLO. Creencia de Jorge Fons, el realizador mexicano que muy recientemente estrenó “El Atentado” , esa blandengue y aburrida superproducción, las más cara de la historia del cine mexicano de 70 millones de pesos, que pretende, objetivo inalcanzado, cuestionar al gobierno actual y a la celebración de los 100 años de la Revolución Mexicana.

En el probable virtuosismo ideológico, la objetividad a ultranza de cualquier realizador, no contaminado con el discurso y el desaforado afán de poder del candidato frustrado Andrés Manuel López Obrador (AMLO) enloquecido en su demagogia y megalomanía, hubiera dado por resultado una cinta en la que el hiperviolento y sangriento fenómeno de descomposición social causado por el narco, fuera abordado no desde la parodia sino desde el asombro y no desde el panfleto, sino desde la consternación y la consignación sucinta, fría y descarnada de los hechos que conmueven a la sociedad mexicana, destruyen el tejido social y cancelan el futuro de México.

Pero Luis Estrada está imposibilitado para ello. Ante su evidente inocencia e incapacidad para retratar el ominoso asunto del narco, se escapa por la tangente de la comedia barata, pseudo reveladora de nuestra jodidez de valores y pseudo irreverente y pseudo graciosa. Ineficáz resulta también la propuesta de que desde la parodia es mas amplia y patente la denuncia. Para ello se sirve de lo estrambótico y del relumbrón y la explotación de los asesinatos y de la sangre, incluida la historia del “pozolero”, aquel encargado de desaparecer, deshaciéndolos con ácido, los cuerpos de los ejecutados por el cártel de Tijuana. También se sirve de la muy cuestionable caracterización de Damián Alcázar que sigue instalado en el tintanésco personaje de “La Ley de Herodes”, atrapado en el mismo truco de aparecer empequeñecido por la miseria y después transformado en un grotesco y risible sicario. La verdadera tragedia para el personaje se hace evidente cuando se entiende que no es lo mismo parodiar a un político ratero de los 50’s que a un asesino en el trance de la cocaína en pleno 2010. De nada ayuda a “El Infierno” el hecho de que en su reparto militen, perdón, actúen las caras más visibles del cine mexicano contemporáneo, desde la senadora María Rojo, desbordada, hasta Ernesto Gómez Cruz, pasando por Jorge Zárate, Salvador Sánchez, Isela Vega, José Sefami, el resucitado Mario Alamada y Elizabeth Cervantes. Mención aparte merecen Joaquín Cosío y Elizabeth Cervantes. Cosío se roba la película con su impecable y contundente actuación, basada en un personaje real del narcotráfico llamado “El Cochiloco”, el sanguinario Manuel Salcido Zazueta, asesinado en Guadalajara a fines de 1991 y Elizabeth Cervantes quien derrocha sensualidad y calidad histriónica en dos escenas de sexo en las que por momentos rescata el naufragio temático que presenciamos. Elizabeth está consciente de que una cinta tan excedida reclamaba una actuación erótica de ese calibre. Pero todos reclaman un ajuste brutal en el acento norteño. Otra de las permanentes fallas de la cinta es el descuido en la dirección de actores. Además del reduccionismo, Estrada hace aparecer a sus personajes como los “ñeros chilangos norteños” invadiendo un terreno ideológico que no les corresponde. Para el caso hubiera sido mejor filmar una cinta sobe el Cártel de Tepito en las llanuras de la calzada Zaragoza y no en las que prevalecen las palmas chinas sobre los sahuaros.

“El Infierno” tiene la pretensión de ser una perturbadora denuncia metafórica. El destartalado pueblo de San Miguel N Arcángel semeja a la República Mexicana en pequeño y no llega a convertirse, ni siquiera, en la teratológica provincia de “En este pueblo no hay ladrones” (Isaac/65). En el chafado universo de Luis Estrada, el de los simbolismos ineficaces, las putas trabajan sus 8 horas reglamentarias, la tragedia se establece como un melodrama barato y termina por oler a telenovela , los narcos lloran como señoritas y para conmocionarnos fallidamente Estrada ensangrenta un dorado escudo nacional, hace presidente municipal al patético narco/patriarca Reyes, nombra a una escuela primaria “Héroes del Bicentenario”, mete una foto de Felipe Calderón, hubiera puesto una de su ídolo "El Peje" y en el paroxismo simbólico acribilla al triunvirato del poder social: la iglesia, el estado y el ejército, entre otras gracejadas.

Lo que más enferma de “El Infierno” es el burdo y rampante maniqueísmo de su trama, como desperdicia la patología de la provincia y se convierte en un panfletario vehículo de propaganda lopezobradorista sin siquiera tener el valor de asumirlo como si lo hiciera Luis Mandoki en el tramposo documental ¿Quién es el señor López?. En “El Infierno” la palabra crisis es mencionada 37 veces, en contraposición se manejan los conceptos, claro de AMLO: “honestidad, honradez y cabal”. También lastima la pobre y ridícula visión que el director, y su amanuense secreto Jaime Sampietro, tienen de los narcotraficantes. Ante el terror de la situación actual, es muy difícil, por no decir imposible, comprarles la personalidad de sus narcos bilimbiques.

Es tan grande la afrenta que se percibe en el ánimo de Luis Estrada que termina por perderse en el laberinto de sus confusiones, enmarañar el objetivo y meterse en el ámbito de lo guiñolesco, deslegitimando su, estoy convencido de ella, preocupación por el futuro de México.

Ante tanta irreverencia fallida sabemos que “El Infierno” verdadero fue ver esta chunga barata, bordeando en la alabanza al narco. Sin duda hubiera sido preferible ver un agringado documental de Discovery Channel que tanta farsantería.



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